“Hans no se movió. Estaba sentado derecho en su pupitre, con la cabeza un poco inclinada y los ojos medio cerrados. La llamada le había semidespertado de una ensoñación, pero la voz del profesor le llegaba como a través de una gran distancia. También se daba cuenta de que su compañero le daba codazos violentos. No le importaba nada. Estaba rodeado de otros seres; le tocaban otras manos y le hablaban otras voces, sin pronunciar palabras, sino susurrando profunda y dulcemente como melodías de un manantial. Le contemplaban muchos ojos, extraños, grandes, brillantes, llenos de presagios. Quizá los ojos de la multitud romana, sobre la que acababa de leer algo en Livio, o los ojos de seres desconocidos con los que había soñado o a los que había visto alguna vez en un cuadro.”
Bajo las ruedas, Hermann Hesse

Bajo las ruedas
Poesía, Tecnología y Sujeto

José Pizarro


¿Puede el milagro de la razón seleccionar fuentes de saber ligadas a las nuevas formas de la experiencia estética colectiva? ¿Seremos capaces de sostener el flujo de comportamiento sin que una prevención de rigor de la tecnociencia se dispare sobre cada cuerpo y cada mente?
Si el cuerpo humano puede estudiarse como una máquina compleja, podrá el cuerpo responder en esencia con sus actos a la fuerza de la voluntad de otras máquinas…Si bajo conciencia nos acercamos a la máquina a distancia, si analizamos sus actos, revelamos sus miedos, señalamos sus limites, convencidos de que esta dimensión paralela de antiritualidad no obedece a nada… ¿Seremos capaces de constituirnos como hombres y mujeres completos frente la voluntad humana que jerarquiza a la máquina y a su solvencia… Seremos libres en la libertad futura sentenciados por la esclavitud tecnológica actual…?
El trauma tecnológico parece obligarnos a emitir alguna responsabilidad de acción. A decir sobre cada cosa que hacemos, una palabra y sobre cada cosa que no decimos, se deriva una irresponsabilidad. Pero bajo esa operación se entiende que la construcción es posible bajo cierto tipo de alfabeto desconocido, diría desconcertante. El arte busca su propia medida de disipación del ente perfecto y lo retiene para imitar y luego convertir el oro (naturaleza en esencia) en agua para la sed.
La máquina nos habla, “reacciona”… Respondemos a la máquina,.. ¿Puede una máquina hablar cara a cara? ¿Hablar, responder, preguntar, asistir, reaccionar, depender, accionar, interactuar, generar, leer en entrelineas…?
Si decimos que arte es la decisión tardía de estímulos premeditados por la generación casual de una actividad inventada, podrá la máquina asumir tremendo reto en la instancia de imitación neurológica?
Es ingenuo caer en responsabilizar a la tecnología de la crisis de la humanidad. Es posible que nos arrastre una bola de nieve tecnológica convenciéndonos de su carácter generador; creando dispositivos actualizados para una nueva forma de vida futura. La excitación que provoca la tecnología en las personas obedece al incasable deseo de ser ente sin cuerpo, cuerpo de felicidad sin responsabilidades psíquicas, ni tormentos fisiológicos, ni memoria ni melancolía. Un cuerpo sin sombra. El arte asiste a su reflejo de verdad, se disparan multitud de gestos… Claro que los gestos obedecen, en parte, a un programa de actos ya instituidos en creación y a estereotipos fundados por la propia unidad científica. El arte seduce a la ciencia e imita su desnudez ocasional. La ciencia espera el momento y el entendimiento para generar fuerzas de choque, exigiendo emotividad a cambio de superar el trauma. Con el tiempo la seducción se convierte en relevamiento de principios comunes, donde el arte se deja anular y la ciencia ofrece un marco técnico para ese entendimiento.
Es posible que todo encuentro origine una suerte de potencial riqueza de signos. En este caso es la consecuencia de un trauma generado sin riqueza y una suma de voluntades adquiridas por la sociedad en su conjunto, que hace que la ciencia participe de una necesidad de gestos artísticos a través de la noción de engaño consentido. El arte necesita recuperar sus gestos básicos, elementales y directos, sin caer en la clásica dualidad de razón-emoción para contenerlo. La tecnología se sostiene detrás de la técnica; por ende los artistas son capaces de dominar lo artístico-tecnológico en tanto que conocen su destreza operacional.
Seguramente los artistas, plagados de miedos puedan hacer de la relación persona-máquina una potencia invertida de deseo. Y el arte pueda generar el dispositivo ubicuo que llena el vaso de la sed.

Hoy se dan las condiciones para que nos sea fácil encontrar un lazo entre el arte y la ciencia. El puente que el arte moderno pretendió imponer con algunas restricciones es ahora recorrido por entendidos, intuitivos y curiosos; buscando seguramente la panacea del arte en la ciencia, la ciencia en el arte. Es un propósito incierto que reúne cierto tipo de consideraciones, que podríamos denominar negativas:

__La ciencia es un ente tecnológico ciego
__La ciencia es el símbolo de la razón (base operativa de un concepto economicista)
__La ciencia cuando actúa bajo la apariencia de arte, su estructura despliega la lógica del entendimiento científico

Mientras que otras pueden leerse como positivas:

__La ciencia y el arte, sustratos de reflexión del mismo eje conceptual
__El arte en su mirada a la ciencia, ejerce un dispositivo vivo capaz de renovar al arte, sacándolo de su inercia histórica
__El arte se apropia de las conductas tecnológicas de la ciencia, e invierte sus usos en beneficio de una anarquía de límites autoimpuestos

Hoy lejos de anunciar la liberación, la comunidad del arte expone tentativas de conducta diferenciadas. Por un lado el marco de apología encuentra en la tecnociencia una ventana de la verdad que ocultaba las posturas de expresión catártica. En otro lugar los nostálgicos repiten las formulas negando el Bits electrónico, a cambio ofrecen la introspección del Witz romántico como salvataje de las ideas consumidas en un gesto sinrazón. En el medio de la escena estados intermedios receptan indecisos, oportunistas y falsificadores, que según la conveniencia se ubican sin ley ni gesto noble en la vereda más conveniente. Todos entendemos que la fuerte presencia de la alta tecnología está en manos de los pueblos ricos, y el arte que sirve como modelo suele establecer regímenes de conducta propios a cada sociedad, no para integrarlos sino para someterlos políticamente a su necesidad.
Si nos remitimos a los sesenta podremos apreciar como la teoría se desplegaba en paralelo a los niveles de convicción y la praxis generaba, a través de la técnica, un impulso renovador del pensamiento artístico experimental y utópico; es así que tendremos que pensar también que allí se origina el pensamiento como liberación de una estructura opresiva que hacía resistir a cada hombre bajo las ruedas del sistema. La fuerza del sistema no impedía la acción radical, sino más bien la convertía en una fuerza capaz de modificar lo social.
Ahora bien, no podemos quedarnos así parados esperando los buenos momentos ni una pronta Apocalipsis. Es importante sostener que todos nuestros intentos por constituir un discurso que nos refleje, que nos represente, no está exento de problemas socioculturales. Toda práctica artística, de pensamiento reflexivo, lleva en sí un propósito tácito, la ética y su función se pone en tensión: el discurso, la manera de sostenerlo y la forma de llevarlo a cabo. Así como la capacidad de permanencia de esa revelación en lo social.
El dispositivo tecnológico actual es seductor y tiende a calar en nuestra voluntad haciéndonos acceder a una suerte de abismo significativo. Un abismo de éxtasis crónico narcotizante. Donde la efervescencia de la construcción de sentido cae justo en las puertas de la ciencia como arte. Cuando el dispositivo tecnológico se rehúsa a ser intervenido, en su despiadada operación tangencial, es allí cuando los artistas son sólo programadores y organizadores de esencia de abismo. Como quien envasa en frascos pequeños lo que ya usaba de grandes recipientes, pero cambiando el nombre de la etiqueta. Todo hecho tecnológico tiende a disiparse cuando el evento novedoso es superado por una reflexión, delirio u ocurrencia. Es el arte un espacio muerto, la ciencia un asesino… El arte puede converger en una resurrección a través del arte o a su virtual desaparición. El problema no está en mutar o desaparecer, el lado débil es el problema mismo sin un marco temático (de compromiso) que lo origine.
Todos están juntos en la misma fiesta: La conciencia ecológica con la redistribución de la riqueza, el atesoramiento de objetos con la desaparición de la materia, la presencia del hombre real con la telepresencia a distancia, la guerra sin sangre con la euforia xenófoba, el cuerpo con la máquina, la sustancia con el fluido, el rezo con la palabra, el código con la trama, el velo con la mascara, el agua con el humo…
Este espacio reflexivo atiende a las formas en que cierto tipo de comportamiento artístico emite responsabilidad en la opinión, o reacciona –a través del pensamiento- a las nuevas tecnologías, cotejando los niveles de ingerencia que el espacio tecnológico pueda abarcar sobre las operaciones racionales sensibles.
El arte, un ente capaz de sobrellevar todo el peso de su dinámica sobre un nuevo estado de razón. Los artistas darán cuenta de lo disuasorio de sus planteos artísticos en la medida en que sus pensamientos se conduzcan fortalecidos aunque solitarios frente a la corriente que puede arrastrarlos a la novedosa mediocridad de la técnica y el espectáculo.
En sus ideas podrán marcarse las pautas para una nueva forma de pensar el arte, que no es otra cosa que retomar los principios éticos que alimentan los grados de convicción y las formas de hacer útiles gestos sin utilidad. De este modo quizás, se podrá solventar un arte en estrecho lazo con lo social, alimentado con lo extraordinario de la estética y lo edificante de sus conductas.