“Hans no se movió. Estaba sentado derecho en su pupitre, con la cabeza un poco inclinada y los ojos medio cerrados. La llamada le había semidespertado de una ensoñación, pero la voz del profesor le llegaba como a través de una gran distancia. También se daba cuenta de que su compañero le daba codazos violentos. No le importaba nada. Estaba rodeado de otros seres; le tocaban otras manos y le hablaban otras voces, sin pronunciar palabras, sino susurrando profunda y dulcemente como melodías de un manantial. Le contemplaban muchos ojos, extraños, grandes, brillantes, llenos de presagios. Quizá los ojos de la multitud romana, sobre la que acababa de leer algo en Livio, o los ojos de seres desconocidos con los que había soñado o a los que había visto alguna vez en un cuadro.”
Bajo las ruedas, Hermann Hesse